martes, 4 de febrero de 2014

Mientras como Monster Munch

Mientras como Monster Munch frente al ordenador, he revisado faceebok y he leído el titular de un artículo posteado por una amiga que no me ha dejado indiferente. Dicho post lleva a una una web de nombre Mamá Natural. Mal empezamos, pues semejante redundadancia a mis ojos me hace sospechar que los fundadores piensan que puede haber presumiblemente mamás no lo suficientemente naturales; o acaso el vocablo natural se refiera a que hay mamás de diferentes orígenes: naturales, semi-naturles, artificiales, etc. con lo cual el blog estaría sólo destinado a personas que son mamás y naturales por definición. Bien, dejémoslo ahí que me embalo pronto.

El títular del artículo en la sección ESCUELA reza así: “EL ARTE HACE A LOS NIÑOS MEJORES PERSONAS Y MEJORES ESTUDIANTES, CONFIRMA ESTUDIO”, publicado el 23 de dicimbre de 2013, de autor: Redacción

El primer párrafo aporta los datos de dicho estudio ciéntifico llevado a cabo por la Universidad de Arkansas por “ciéntificos sociales”, para rebatir a las tendencias de educación de diferentes paises inclinadas hacia las lenguas y las ciencias exactas (Por todos es sabido que una ecuación simple no sirve para nada y leer confunde). Tras la experimentación, el estudio afirma que “los alumnos expuestos a las instituciones culturales como museos y centros de artes escénicas, no sólo tienen niveles altos de compromiso con las artes sino este acercamiento genera más tolerancia, empatía histórica, mejor memoria educativa y pensamiento crítico”. 

Analizo para mis adentros:
  • Observar arte en un entorno museístico te hace tener un nivel de compromiso alto con el mismo, como si por el sólo hecho de verlo ya no pudieras dejar de apoyarlo, ser siempre fan del arte, como uno lo es de los Stones o de los Beatles, la droga dura de nuestros escolares.
  • De repente, el arte te hace ser tolerante, pero ¿tolerante con qué, con quién? Esta incógnita no acabo de despejarla. Digamos entonces, que simplemente eres tolerante.
  • El arte te hace empático históricamente. Yo, además de tener formación artística mi madre me llevaba a museos, y tengo una empatía espeluznante con los hechos acontecidos en el pasado, pongamos por caso, todos los muertos en la batalla del 2 de Mayo de 1808 en Madrid, cuando Pepe Botella invadió España por un descuido de un monarca estúpido y por orden de Napoleón, (porque me lo ha enseñado Goya); o por las putas del Carrer d'Avinyó que retrató Picasso,(qué mala vida llevaban, pobrecicas, y qué frío debían pasar); o sin ir más lejos, por el mismísimo Jesús millarmente reproducido en su calvario, crucifixión y muerte, (lo pasó fatal hasta resucitar).
  • Además, con el Arte tienes mejor memoria educativa y pensamiento crítico. Extraigo, por tanto, que el niño de siete años que sale por la puerta del Thyssen es capaz, pues, de emitir un juicio complejamente construido acerca de las personas, sociedad y situaciones que nos rodean, comprendiendo mejor que cualquier patán este mundo injusto nuestro, y sacando dieces para más inri.

En los párrafos siguientes el artículo intenta explicar como se desarrolló el estudio científico. En la visita al museo se dividieron varios grupos de estudiantes observados en dos categorías: los unos eran guíados sin aportar demasiados datos y alentados a hacer preguntas, los otros eran guiados en modo cátedra (avalancha de información). Un tercer grupo observaría reproducciones (o así lo he entendido yo) en un entorno no museístico. Se extrae como conclusión final, que de los tres grupos el de los alumnos que fueron alentados a hacer preguntas resolvieron mucho mejor un cuestionario tras varias semanas y fueron capaces de construir un pequeño ensayo sobre una obra no visitada, en contra de los que fueron guiados como borregos, y no digamos de los que tuvieron que quedarse en las aulas. Por añadiduría, los primeros mostraron más empatía y tolerancia (y dale)en comparación a los alumnos guiados en modo cátedra, y recordando un número mayor de datos explicados desde hacía más de un mes. La coletilla a éstos párrafos la concluye esta frase: "Eso es destacable considerando que los chicos olvidan rápidamente lo que han aprendido para los exámenes". Y puesto que se hace alusión a los exámenes en otra parte del artículo, a mi, lo que me dá, es que el estudio quería realmente comparar la eficacia para retener datos (sobre arte en este caso) en cuanto a metodologías educativas distintas. O acaso criticar el métdo de evaluación de lo aprehendido. Aunque el autor de dicho estudio "sospecha que la razón también está vinculada a quitar a los estudiantes de su ambiente usual de escuela y ponerlos en uno cultural". Lo que está claro es que tiene que ser un ambiente cultural, pero ¿qué es un ambiente cultural? Un museo, la Ópera, la televisión, la calle, un recreativo, pero ¿ACASO LA ESCUELA NO ES UN AMBIENTE CULTURAL?. 

Ya, de refilón, el estudio adula la academicidad de los ensayos de los alumnos no guiados. Al fin las cosas claras: la  Academia, siempre. La Estructuralidad, siempre. La Ciencia, siempre. Porque si no existe un aval científico, con unos jueces, y una metodología, no hay niños empáticos ni tolerantes. Los pobres niños que no fueron al museo de arte y les tocó la visita a Collserola para identificar plantas son corruptibles, destinados a ser vulgares matemáticos, físicos, micro-biólogos, quién sabe si filólogos, sociólogos o filósofos (Dios nos coja confesados) que al fin puedan hacer estudios para valorar lo buenas o malas personas que podemos llegar a ser. Lo dice la ciencia misma: si tus padres no te llevaron al museo de arte, si ese día en el cole te pusiste malo, estás perdido, eres irrecuperable, además de zoquete y mala persona.

¿Pero esto no iba de arte? Sí pero no, porque para todo en esta vida se necesita un estudio CIENTÍFICO para poder afirmar cualquier hecho: la ciencia al fin, exacta o no, no importa. La ciencia de la educación, la ciencia de la homeopatía, la ciencia de la astrología, la ciencia de la música, la ciencia de la religión. 

Pero el Arte, sí, el ARTE se erige frente a nosotros en forma de Museo Contemporáneo para salvar a nuestros pequeños de tales desgracias. ¡Lleva a tus hijos a ver a Andrés Serrano!, ¡a tus sobrinos a ver las pinturas guarras de Dalí! No valen reproducciones, lo dice el científico J. Pe Greene: “Es como ver a un televangelista en lugar de ir a la iglesia. Tanto las iglesias como los museos invierten en arquitectura. El acto de ir pone la mente de las personas en otra experiencia receptiva”. Con la Iglesia hemos topado...


viernes, 3 de enero de 2014

La comida no se tira.

La comida no se tira. Pero esta señora no lo sabe, o su madre jamás se lo explicó. Así que se ha levantado de la mesa con un pollo entero (en plato y mano) sin salsa alguna, asegurando y perjurando que es especialista en pollos de este retaurante y que el pollo sabía picante; como el que no admite opiniones ante un hecho irrefutable tras años de investigación, porque es estudioso de un campo concreto de la física cuántica, que sé yo. El caso es que al pollo no le pasaba nada, por supuesto; y se lo hemos cambiado, por supuesto; y lo hemos tirado a la basura, por supuesto.

Pero la comida no se tira.

El pollo secundario le ha parecido mejor. Un primo lejano del primer pollo, criado en la misma granja, con días de vida de diferencia, minutos de muerte de diferencia, acaso segundos. Pienso compartido y suelo lleno de excrementos compartido. Las mismas manos que los han manipulado, embalsamado en el mismo marinado y en la misma cuba gigante. Empaquetados por la misma máquina y conservados en la misma bolsa. Transportados, ya muertos y juntos para la eternidad y cocinados al fin en el mismo restaurante, por las mismas manos y en el mismo grill (de esto último puedo dar fe). 

Pero el segundo, a ella, le ha parecido mejor. 

Para dar muestra de ello cantaba y se contoneaba al ritmo de la música (pongamos Bebe, Macaco o Muchachito Bombo Infierno, la canción que en ese momento sonase) mientras engullía un pollo casi idéntico al anterior, ahora reposando en la basura, junto a restos de ensalada americana y arroz, huesos de otros pollos engullidos con más o menos apetito: su futuro como pollo difunto truncado al fin. Nadie se lo ha comido, lo han despreciado, una vida de pollo de tres meses para eso, para nada... Cuando limpio los platos de otros comensales me imagino hablando con el pollo, "A veces pasa, no fue culpa de nadie, todo el mundo lo hizo bien, la cadena no se rompió, simplemente la destinataria era imbécil" sin mirarle a los ojos, porque hace muchas horas que no tiene cabeza, por tanto no es un consuelo efectivo, los dos lo sabemos.

Yo he salido del trabajo, sin comer, y tras un viaje infernal que no viene a cuento, he entrado en una tienda y me he comprado dos bolsas de snaks. La primera y conocidísima como Chetos, eran chetos. La segunda, conocidísima por el hombre que me la ha cobrado, Monster Munch, contenía monstruos. Simplemente era una mezcla de harina de maíz y aceite de girasol con diversas especias, entre ellas Curry. ¿Por qué? A alguien se le ocurrió y debe funcionar, o acaso todas esas bolsas deben acabar medio llenas en las basuras de la ciudad, pero la gente con memoria selectiva y especialistas en snaks los sigue comprando para hallar el auténtico sabor de Monster Munch que un día probaron, (el original me refiero, no al que probé yo).

Pero como la comida no se tira, a no ser que esté en evidente proceso de descomposición, (que no caducada), guardaré esta bolsa medio llena en el armario, hasta que un día la redescubra pocha, pasada, incomible, y me contonee al rítmo de la música pegadiza del restaurante sonando en mi cabeza, pongamos Jarabe de Palo, y culmine un solo de guitarra pobre e imaginario dándole al pedal del cubo de basura y arrojando los deshechos a su interior con un salero innato, quién tuviera un espejo en ese momento.

Será una mala jugada de la vida, emparentada para siempre con aquella mujer de esta misma mañana, la perpetuación del absurdo, la injuria post mortem e intactum a este pollo recientemente perdido entre nosotros.

Y así por los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 19 de abril de 2013

Donde dije digo, digo Diego.



“Vale ya de decir “yo siempre quise…”. Me producen una rabia indecible esas personas que creen que todos los deseos y hechos que acontecieron en sus tristes vidas estaban prescritos para que hoy sean lo que son. “Yo siempre quise…” ¿Jamás han cambiado de opinión? Lo peor es que modifican los recuerdos de sus propios deseos para ajustarse a su realidad. Hoy quiero ser biólogo y dentro de tres años querré ser economista, ¿diré entonces que desde niño quería ser economista? ¿Por qué? ¿Por qué solía jugar con el monedero de mi madre?”

“Los deseos cambian, no son lineales, se solapan, confunden, a veces se desvanecen para no volver, otras retornan mudados, con una intensidad nueva. Odio a esas personas que quieren dotar a sus deseos  de un sentido lineal, todo muy racionalizado en conjunto, para que den sentido a sus míseras vidas presentes, incapaces de asumir que un día quisimos una cosa y la tuviéramos o no, luego ya no la quisimos, sin razón.”

“¿Y qué me dices de esa  sobrevaloración de las personas que se dedican a lo que “siempre han querido ser” al cabo de años dedicados a otras cosas? Este fenómeno se da sobre todo en las profesiones denominadas como artísticas. Esto está plagado de modelos que siempre han querido ser diseñadoras, cantantes que siempre han querido ser actrices, bailarinas que siempre han querido ser pintoras. Y la gente infeliz les admira. Yo digo no, no, no… ¿Cuántas mujeres no han querido ser fotógrafas? Tú misma. Y dime, ¿cuántas se formaron?, ¿cuántas se quedaron en el camino y cuántas llegaron a serlo? ¿Cuántas lo fueron y cuántas quisieron dejar de serlo? ¿Cuántos deseos mudados, frustrados, olvidados? Me gustaría exprimirles sus deseos pasados, enfrentarles a sus propios argumentos de construcción de identidad, falacias que cuentan con total despreocupación e impunidad en la Vogue, aplaudidos por símiles que aspiran a tener tanto dinero y tanta cirugía en la cara para poder realizar “su sueño”. Yo digo no, no, no… ”

“¿Y del amor? ¿Qué me dices del amor? Una vida entera que te conduce a estar con una única persona, una voluntad divina se cierne sobre nuestras cabezas y estés con quién estés todo estaba predestinado para que fuese la persona de tú vida.”

Llegados a este punto doy un golpe en la mesa. Las tazas tintinean. La gente de las mesas colindantes nos mira asombrada. Repito el gesto, involuntariamente, muy excitado ya. La camarera inmovilizada me mira extrañada. No, no, no. Me levanto torpemente de la silla, la aparto de una patada hacia la cristalera de atrás, no llega a impactar. Noto la violencia y el ridículo del momento. La gente espera que argumente mi conducta. Tú, con la mirada me inquieres.

“Eras la mujer de mi vida. Sólo eso: eras.”

jueves, 1 de noviembre de 2012

Esquizofrenia hacia el metro.



Camino hacia el metro. La calle larga, recta y ligeramente empinada está a oscuras. No así los edificios que la envuelven, pero su luz no es suficiente. Camino pues, en la penumbra, fijando la vista en el suelo, y mi preocupación más inmediata es no pisar un excremento de perro y llegar llena de mierda a mi cita. Pienso que tal vez si piso una mierda resbale y caiga al suelo, me golpee la cabeza y muera más tarde por un trombo, sin que nadie sepa de mi ridículo accidente. Pienso en esos dueños poco cívicos de canes, de los que en mi ciudad abundan, impunes a las multas y a las reprobaciones de las viejas, homicidas imprudentes en potencia amparados en este injustificable apagón. Pienso que quizá sea un boquete en el suelo el que provoque mi fatídica caída. El Ayuntamiento, con su máximo representante el Alcalde, ni se despeinará si algún día improbable sabe de mi muerte.

Alerta ya, reparo en las bocas de los garajes que he dejado atrás de esta calle conocida, y en las venideras: quizá, un coche aparezca de una de esas bocas y me arrolle. Un coche anónimo, sin personalidad ni persona que lo conduzca; autómata, que olvide poner las luces o pitar tímidamente, y así me arrolle lenta y suavemente. Un objeto inanimado que provoque esa caída fortuita, inesperada, un golpe en el lóbulo lateral izquierdo, que hará que me levante con  fastidio y llegue indignada y sorprendida a mi cita. Y será allí donde me dé cuenta de que no puedo hablar correctamente, diré colisión y de mi boca saldrá centrifugadora. Me asustaré, se asustará, y caeré consecuencia de EL trombo y así me convertiré en su muerta, ipso facto.

Hace viento, tal vez sea una maceta de una ventana que sí tiene luz la que caiga sobre mi cabeza. Y yo, incapaz de adelantarme físicamente a tal acontecimiento seré fulminada por una muerte absurda. ¡Seré la misma muerte absurda!

Jamás llegaré a mi cita, jamás sabrán en qué pensaba los minutos, segundos, instantes antes del hecho. Jamás sabrán que lo vi venir. Jamás llegaré a mi cita, a la que a pesar de todo estoy llegando.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Paloma de la paz.



Hace ahora un año. Los únicos momentos de gratitud se producían en el balcón, cuando desayunaba o después de comer, al atardecer sobre todo. Quizá más bien se producían fuera de él, pero ese lugar era literalmente la ventana a la que asomarme a la realidad cercana, impune, injuzgable al fin. Ante mi se desencadenaban anécdotas anodinas, trágicas la mayoría de las veces.

 Las palomas eran bastante tontas. Se anidaban en un hueco lleno de excrementos propios a las cinco de la tarde y no se movían de allí hasta la mañana siguiente.  Estúpidas como eran, se quedaban rezagadas sin moverse, aguantando los ladridos de los perros de la terraza de enfrente. Sólo una se presentaba con voluntad. Sus patas hechas muñones y enferma, apenas podía moverse. A las tres en punto la podías ver asomarse al techo de uralita contiguo, así fue durante varios días. Asomaba su pequeña y asquerosa cabeza y miraba hacia abajo. Viéndola así podías imaginar sus pensamientos y decirte ‘Ey, está dudando, quizá quiere tirarse’. Pero no tirarse y volar, como haría cualquier otra paloma, sino tirarse para acabar aplastada en el asfalto, o probablemente en el parabrisas de un viejo coche. Entonces, tras varios minutos, alguna mujer salía de un portal, toda de negro, con sus tacones resonando en los adoquines, y la paloma reculaba hasta una posición en la que no podías verla, ni saber ya lo que estaba pensando.

Yo miraba hacía el horizonte y comprendía a ese ser: ¿cuántas mañanas había observado lo mismo que yo en mis mañanas?  Pues el horizonte, con su mar azul, estaba indudablemente torcido.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Mujeres en el metro.



Me maravilla la forma en la que algunas mujeres tienen comportamientos propios de otro lugar en el metro. Una mujer se peina, otra se lima las uñas. Una vez vi a una mujer joven, de pie, con el brazo derecho rodeando la barra metálica, pintándose a ciegas la raya del parpado superior, en movimiento. Otra, en verano, se cortaba las uñas de los pies, despojándose de parte de su material orgánico, piel muerta que limpiarán otras mujeres nocturnas en los vagones ya parados. Hace poco, sentada a mi lado, una mujer de mediana edad cerró su libro y sacó del bolso una pinza. Con el dedo índice estiró la piel de su labio superior derecho, tapó el resto con los demás dedos. La otra mano empezó a ejecutar tirones. Increíblemente sabedora del lugar que ocupaba cada vello, la pinza guiada por su mano experta acertaba a aprisionar y extraer uno a uno los pelos de apenas pocas micras de diámetro. Cuando se dio por satisfecha guardó el arma y siguió leyendo.
 
Constantemente hay mujeres en el metro que desubican sus acciones aprendidas en el cuarto de baño. Constantemente desubico las acciones aprendidas en mi intimidad. Algunas veces, cuando voy al baño y tiro el papel higiénico después de mear, toco con el pulgar la base del dedo anular asegurándome de que la alianza no ha desaparecido. Esa alianza que ahora ya no está aquí, de esa relación que no es ya. Agarrada en el metro, a veces se produce el gesto, ajeno a mí, que evidencia mi desubicación; y me siento como esas mujeres, esas otras mujeres a las que observo ávidamente, maravillada por su pequeña perturbación.